Título

3 tardes de Economía
Jose Federico Villamil Calva
BREVE HISTORIA DEL DINERO
(Extracto del libro 3 tardes de economia. Crisis y oportunidad)
Podemos definir el dinero como todo activo o bien generalmente aceptado como medio de pago por los agentes económicos para su intercambio, y que además cumple la función de ser unidad de cuenta y deposito valor.
Con carácter general, son los Gobiernos los responsables de emitir moneda de curso legal, siendo los responsables de crear los mecanismos de legitimidad y confianza que favorezcan su uso y reconocimiento generalizado. Normalmente son los Bancos Centrales los encargados de establecer y desarrollar la política monetaria y con ello también establecer la cantidad de dinero físico en circulación. Hoy todo ello se ve enormemente complicado por el uso del dinero electrónico y toda una multitud de nuevos instrumentos financieros.
Para entender el concepto del dinero y su importancia en la economía es preciso primero conocer su evolución a lo largo de la Historia.
En un principio la Humanidad se organizaba en pequeños grupos que debían ser autosuficientes. En ellos debemos suponer que no había comercio ni intercambio, tan solo cada cual entregaba a la comunidad, sus pares, aquello que podía ofrecer o ellos necesitar para la supervivencia del clan. Es posible que diferentes grupos de cazadores recolectores al encontrarse se ofrecieran en trueque herramientas o insumos que necesitaran, iniciando un incipiente “comercio”. Sin embargo, el trueque no es un método muy eficiente de gestión de excedentes. Puede ser complicado que uno de los interesados tenga el bien que el otro ambiciona o necesita, y el otro tenga su vez el que precia el primero. Ello puede solventarse mediante acuerdos a 3, o buscando lograr ciertos bienes que, si bien no se necesitan, se sabe pueden ser útiles para otros que en el futuro los puedan desear. Así, se empezó a reconocer ciertas equivalencias de valor entre las cantidades de algunas mercancías. Ello dio lugar a lo que podemos denominar “dinero/mercancía”. Incluso algunas civilizaciones empezaron a usar el “dinero representativo”, en base a “pagares” o reconocimientos de propiedad, en forma de fichas o tablillas que representaban la propiedad de una determinada cantidad de un bien que podía intercambiarse. Uno de los bienes que tuvo gran valor como medio de intercambio en la antigüedad, fue la sal, un medio indispensable para la conservación de los alimentos. Los soldados romanos por ejemplo recibían una parte de sus estipendios regulares en forma de una cantidad de sal, de donde surge la denominación de salario para las remuneraciones de los trabajadores por cuenta ajena.
Con la aparición de las sociedades agrícolas y ganaderas, los excedentes alimentarios, y el rápido incremento de la complejidad social, con una más definida especialización del trabajo, el trueque se volvería progresivamente más complejo y menos eficaz.
De esta manera, la solución era encontrar un instrumento intermedio que al que todos reconocieran un valor de intercambio. Un producto fácil de guardar y atesorar. Así empezó a usarse algunos metales “preciosos” como instrumento de pago. Especialmente el oro y la plata, pero también el bronce, el cobre, el plomo o el hierro, según las necesidades y características de cada civilización. ¿Porque usar oro, plata o bronce como moneda? Porque tenían algunos requisitos necesarios para ello. Especialmente dos, su relativa escasez y su durabilidad al no oxidarse ni desgastarse por el mero paso del tiempo. Además, eran maleables y ello hizo que fácilmente se pudieran repartir en unidades de idéntico peso y por tanto valor. Para garantizar su valor y composición, los gobernantes empezaron a “acuñar moneda”. Es decir, a crear monedas de un tamaño y peso concreto y estipulado, en las que estampaban su sello como garantía de su valor, lo cual no siempre funcionaba, porque era habitual limar los bordes o falsificar moneda añadiendo metales menos preciosos. Al haber diferentes monedas en cada lugar con diferentes tamaños y composiciones pronto debió desarrollarse un método de equivalencia de valor entre ellas, que podía variar en el tiempo según algunas variables como el cambio en la cantidad de cada metal precioso disponible en la sociedad
Por ello es fundamental a la hora de entender la utilidad de la moneda como instrumento económico. Su valor depende de su escasez o abundancia. Así, una moneda con la misma cantidad de oro es mucho más valiosa que la plata o el broce, y otros metales. En general se establece un equilibrio en el valor reconocido de cada moneda o dicho de otro modo su equivalencia de valor, que puede ser establecido bien por la autoridad, o por el mercado. Ahora que el valor real de material de las monedas es menor que su valor de mercado ello no tiene importancia, pero en el pasado no era así, y si por ejemplo en un país el valor de una moneda de un metal precioso no se ajustaba al que podía reconocerse en otro país, podía incentivar su atesoramiento y salida del país. Por ejemplo, imaginemos que en un lugar una moneda de oro de un peso determinado se le reconociera el valor de 8 monedas de plata del mismo peso, pero en el país vecino ese valor fuera de 10 monedas de plata. Habría un incentivo para sacar monedas de oro, para cambiarlas en el país vecino por 10 monedas de plata, retornar al “hogar”, y volver a cambiarlas por monedas de oro, recibiendo un 20% más de monedas de oro de las disponibles inicialmente. Ello es algo que aun hoy tiene su importancia en el sistema cambiario de divisas.
Porque es importante entender que el valor del oro, la plata y otros metales como instrumento de intercambio era relativo. En cada momento había una cantidad de metal precioso determinado disponible. Una de las dedicaciones de los imperios era atesorar oro o plata para poder sostener los gastos administrativos y militares que debían soportar. Ello incentivaba su búsqueda y obtención. Una parte sustancial de la historia de la Humanidad se puede explicar en base al anhelo humano de lograr metales preciosos, especialmente oro y plata, ya sea por su extracción de la tierra, por su obtención mediante el comercio o su saqueo a otros. Así fue como por ejemplo un país semidespoblado de Europa por la falta de buenas tierras de cultivos que sustentara una mayor población, logró crear el primer imperio global sobre la base del oro y plata obtenido del “Nuevo Mundo”.
Imaginemos que un momento de la historia de la Humanidad, hubiera 100 toneladas de oro en circulación, y una nación tuviera el 10%. Dicha nación descubre y extrae oro hasta una cantidad de 100 toneladas más, tendría 110 toneladas sobre un total de 210 toneladas en circulación. Sin embargo, no sería 10 veces más rico, sino 5,5 veces. ¿Por qué? Porque al haber el doble de oro, la cantidad de lo que puede comprase con una cantidad determinada de oro será la mitad, es decir el oro habría perdido la mitad de su valor. ¿Eso quiere decir que el resto de países han perdido la mitad de su riqueza?, no exactamente. Y aquí es donde radica una de las claves de lo que podríamos denominar la contradicción entre la economía real y la economía monetaria. La riqueza interna real de una nación depende de lo que produce más que del dinero o riqueza que atesora. Ello es algo que bien pudo observase en el ascenso y caída del imperio español entre los siglos XVI y XVIII.
España extrajo e introdujo en Europa una gran cantidad de oro y plata, extrayéndola de América. Allí estos metales no sólo abundaban, sino que además siquiera eran apreciados por los nativos, lo cual es un ejemplo de que su valor tan solo es una mera cuestión cultural, o más bien de convencionalismo social. Sin embargo, los metales traídos a España, las más de las veces apenas se quedaban en España e iban directamente a pagar deudas previas contraídas en otros países de Europa y sustentar al ejército y la pesada administración de un imperio enorme.
Y es que España era un imperio sustentado por una nación escasamente poblada, con un pobre suelo para cultivar, y además la facilidad de adquirir bienes en el exterior, hizo que no se desarrollara una industria manufacturera patria. Así, la riqueza que pudiera generar los metales preciosos del Imperio acababa atesorada en otros países, que irónicamente en muchos casos debían prestar el dinero al Emperador hasta la llegada de una nueva remesa. Otra buena parte fue usada para financiar sus propias empresas de comercio con países exóticos, e incluso para hacer la guerra a la propia España. Al final toda esa riqueza apenas sirvió para desarrollar el país, tan solo para deflactar el valor del oro y la plata. Sin embargo, permitió a España adquirir en el exterior bienes y servicios que no podía producir y necesitaba para sustentar el primer Imperio global en el que “no se ponía el Sol”.
Pero hay que tener en cuenta otro factor a la hora de valorar el efecto de esos metales preciosos, o de las divisas más actualmente, en la economía de las naciones. Imaginemos un país grande y con grandes recursos naturales y humanos, que tuviera todo lo necesario para su propio desarrollo, pero gran escasez de metales preciosos. ¿Acaso eso le haría más pobre que un vecino sin recursos, pero con grandes cantidades de metales preciosos? Está claro que no. Su carencia de metales preciosos tan solo hubiera hecho que el valor interno de los mismos fuera mayor, es decir el “poder de compra” o intercambio del mismo sería muy grande. Si la economía es cerrada, es decir, si no deseara comerciar con otros países, la economía del país tan sóolo se mediría en base a los bienes y servicios que produce y consume.
Sin embargo, si el país se abriera al resto del mundo, se daría un efecto curioso. Dado que hay escasez de metales preciosos, el poder de compra del mismo es muy elevado, superior al de otros países que atesoran muchos metales preciosos. Ello incentivaría el comercio en el sentido de que cualquier extranjero podría comprar con su “oro” una mayor cantidad de bienes, por ejemplo, trigo, que el pudiera comprar en su país, donde hay tanta abundancia de oro que apenas tiene valor, para luego venderlo en su país a un precio mucho mayor del pagado. Ello daría como consecuencia tres posibles efectos. Si el país sin oro tiene excedentes, aumentaría su riqueza en oro que luego podría cambiar por otros bienes en el extranjero o atesorar. Si no lo tiene, pero tiene recursos ociosos que puede usar, además de aumentar su riqueza en oro, aumentaría su capacidad de producción y su economía real. Si no tiene excedentes, se produciría escasez, aumento de precios y disfunciones de su economía. Ello haría que mientras una gran parte de la sociedad resultara perjudicada, una minoría se aprovechara de la situación aumentando su poder al aumentar la cantidad de oro en su posesión, y sobre todo el porcentaje sobre el total disponible en la nación. En dicha situación es posible que acabaran imponiéndose restricciones al comercio exterior o se produjeran conflictos sociales. Un ejemplo clásico, el Japón del Shogunato Tokugawa. Tras la guerra civil que le precedió, a fin de evitar que ningún señor feudal (o daimio) se hiciese mas fuerte que el propio shogun, situación de aislamiento que se prolongó hasta que EEUU forzó su apertura al mundo exterior
Al final, a largo plazo si esa nación tiene capacidad de exportación, cabe aventurar que seguiría ingresando metales preciosos como contravalor de mercancías, mientras el nivel el intercambio fuera favorable, aumentando la cantidad de metales preciosos hasta equilibrar los precios.
Por supuesto, existe otra posibilidad. Que no hablemos de mercancías comunes a disposición de cualquier país o muchos de ellos, sino de productos “exclusivos” apreciados en otros países, en cuyo caso pudiera darse el caso de que la cantidad de metales preciosos en su posesión creciera más allá del equilibrio. Sin embargo, lo más probable es que a su vez emplee esos metales preciosos en obtener productos que no se pueden producir en su país.
Esta ha sido en gran medida la base del comercio entre territorios a lo largo de la historia. Aprovechar, bien sea la diferencia de valor de los productos, o la necesidad de los mismos por su carestía en otros. Algo que habrá que desarrollar más profundamente.
Este modelo económico basado en el valor de intercambio convenido de ciertos metales preciosos, especialmente el oro y la plata, que funcionó durante milenios, en esencia no difiere del actual basado en el dinero representativo, aunque si se torna sensiblemente más complejo.
El dinero representativo, es decir, el denominado papel moneda, los billetes, y la moneda no respaldada en el  valor de los propios metales que la conforman, tiene sus antecedentes históricos más antiguos en las ya mencionadas tablillas y otros elementos que justificaban ya hace milenios en determinadas culturas la posesión en los graneros estatales de determinadas cantidades de trigo, y que serían entregadas al portador de dicho “título de propiedad”
Pero el papel moneda como lo entendemos hoy en día nace en China, donde los comerciantes extendían notas de crédito para evitar el intercambio de grandes cantidades de monedas de cobre en importantes acuerdos. Ello al final llevó a que el Gobierno valorara los beneficios de imprimir papel moneda como respaldo a las monedas. En el siglo XIII llegó a Europa el conocimiento del papel moneda ya empleado en Asia, a través de los viajes de Marco Polo (al menos según nos cuenta la historia).
En aquellas épocas medievales ya empezaban a usarse pagarés para evitar el trasporte de dinero a grandes distancias. Ello dio lugar a la creación de lugares de cambio y deposito, precursores de la actual Banca. Además, había otras formas de crear “dinero en papel”, tal como los prestamos o facturas. Sin embargo, posiblemente fueron los Templarios los iniciadores del uso de estos instrumentos de cambio en Europa, al permitir depositar a los peregrinos que iniciaban su viaje a Jerusalén, sus objetos de valor en sus castillos europeos, facilitándoles un documento que mostraba el valor de los mismos, para que pudieran recibir fondos por dicho valor al llegar a tierra santa de los tesoros allí depositados. El beneficio para el usuario era evidente
Sin embargo, la revolución, normalización y popularización del uso del papel moneda en Europa se produjo a mediados del siglo XVII, cuando la abundancia del oro “americano” en Europa produjo un cambio en la forma de entender el funcionamiento del dinero. Entonces, los banqueros orfebres de Londres empezaron a dar recibos pagaderos al portador, en lugar de la depositante original. Por otro lado, los banqueros empezaron a emitir billetes por más valor que el de sus depósitos de metales preciosos, en forma de préstamos, asumiendo que no tendrían nunca que canjear todos esos billetes a la vez. Ello supuso una expansión de la oferta monetaria por encima de la cantidad de oro disponible. A la vez, se empezaron a fraccionar esos pagares al portador en múltiples recibos más pequeños y más manejables a la hora de usar como instrumento de intercambio, se pueden considerar los verdaderos precursores de los billetes modernos.
Sin embargo, todas estas iniciativas eran privadas. No es hasta 1661, que se inicia la emisión de billetes por parte de un Banco gubernativo, concretamente en Suecia, para reemplazar las placas de cobre que se usaban previamente. Ello fue debido a la devaluación de la moneda de cobre por el aumento de las importaciones de dicho metal, para mantener su paridad con la plata, hasta hacerlas poco prácticas.
El funcionamiento del billete bancario moderno como instrumento monetario se basa en el consenso legal y social de su uso y valor, a diferencia de antiguo valor de la moneda de metal precioso, cuyo valor depende de la oferta y demanda de la misma y en relación con el bien o servicio por el que se intercambia. Por tanto, para su imposición era necesario crear el marco conceptual adecuado para su aceptación. Así, el economista Nicholas Barbon definió en aquella época el dinero como “un valor imaginario creado por la Ley para conveniencia del intercambio”.
En EEUU se inició la emisión de letras de crédito a finales del siglo XVII para ayudar al esfuerzo bélico en la guerra contra Francia, que se acabó convirtiendo en un producto de uso corriente en las transacciones comerciales de las colonias durante el siglo XVIII.
Sin embargo, el primer Banco en iniciar la emisión permanente de billetes fue el Banco de Inglaterra en 1695, con la promesa de pago al portador del valor del billete a la vista. Estos pronto se hicieron por denominaciones fijas, rápidamente estandarizados. Rápidamente estos esfuerzos fueron seguidos por otros países.
Pero aún eran meros instrumentos de reconocimiento de deuda. Habrá que esperar a 1833 para que en Inglaterra se reconociera al billete de Banco el estatus de moneda de curso legal. En 1844 se restringió la potestad de emisión de billetes de banco de curso legal, autorizando en exclusiva al Banco de Inglaterra, aún una entidad privada, que de esta forma pasó a tener el control exclusivo de la oferta monetaria. Esta inicialmente debía estar respaldada por oro y deuda pública debidamente estipulada. Hoy, con carácter general la emisión de billetes  es prerrogativa de los bancos centrales de los Estados.
En general y hasta 1971, se mantuvo entre las naciones. Al menos las occidentales, Japón y Australia, el convenio acordado en Bretton Woods en el año 1944, para la ordenación del sistema monetario, para garantizar el comercio internacional. Ello suponía la convertibilidad del resto de monedas al Dólar Estadounidense, a un tipo de cambio fijo, y un dólar convertible en oro. Así es como se creó el FMI (Fondo Monetario Internacional).  Sin embargo, el 15 de agosto de 1971, Richard Nixon acabó con la convertibilidad del dólar por oro, convirtiendo el dólar en una moneda fiduciaria, es decir, a diferencia del dinero representativo, no está respaldado por mercancía alguna. Ello hace que no tenga valor de uso, tan solo sirviendo de medio de cambio, en base a su aceptación social.
Pronto el resto de monedas también adoptaron dicho esquema, y se entró en una etapa de tipos de cambios “flotante”. Eso significa que las monedas de los diferentes países fluctúan de valor con respecto a las otras divisas en función de la oferta y demanda de dichas divisas, lo cual depende en gran medida de la importaciones y exportaciones de cada país, y en especial de la necesidad o “apetencia” de dólares de los ciudadanos y empresas, dado que al final el dólar es la moneda de referencia en buena parte de los acuerdos internacionales.
En la actualidad el concepto de moneda o dinero, se ha complicado mucho más dado el incremento de instrumentos monetarios a disposición de la sociedad para efectuar sus transacciones monetarias, especialmente desde el desarrollo de las tecnologías de información y la informática, que ha permitido la realización de transacciones y asientos digitales, sin la necesidad de dinero físico. De hecho, parece que el objetivo al que tienden los gobiernos, y especialmente aquellos alineados con la agenda 2030, es eliminar el dinero físico, para aumentar aún más el control sobre los ciudadanos. Para ello se promueve cada vez más el uso de tarjetas de crédito, banca online y otros nuevos instrumentos de pago electrónico, que sustituyen al pago en efectivo. Incluso en los últimos años han tomado cierto auge las llamadas criptomonedas, un producto privado más que peculiar y complejo, que, en realidad en la actualidad, en la mayor parte de los casos es más un producto de especulación que de inversión o uso monetario real, salvando quizá la excepción del bitcoin.
Así, hoy podemos encontrar diversas formas de dinero conviviendo y complicando el control de la oferta monetaria, con las consecuencias que veremos ello puede tener:
Dinero físico: Billetes y monedas de uso corriente. Este dinero es creado e introducido y retirado del mercado bajo orden de los Bancos Centrales, según convenga a sus objetivos económicos y política monetaria.
Dinero bancario. Es el dinero que se crea en el sistema bancario privado mediante las anotaciones en cuenta de los créditos y depósitos de sus clientes. Esto es así, porque en el proceso de préstamo del dinero de sus ahorradores, o del pedido prestado a su vez al Banco Central, se produce un efecto multiplicador, que aumenta la masa monetaria, ya que una parte de lo prestado vuelve a su vez a ser ingresado en los Bancos y vuelto a prestar sucesivamente. Mediante el coeficiente de caja, la Autoridad Monetaria intenta controlar este proceso de expansión de la masa monetaria. De esta forma se exige a los Bancos que mantengan un porcentaje de sus depósitos en reserva, oficialmente como garantía de liquidez, pero en gran medida para deducir el volumen de dinero que pueden crear mediante la expansión del crédito.
Dinero electrónico. En realidad, una variante del anterior. Se puede decir que en gran medida el dinero bancario es dinero electrónico en la medida en que se materializa en anotaciones en cuenta y transacciones electrónicas. Sin embargo, hay parte del dinero electrónico que puede no ser estrictamente bancario. Así, una tarjeta de crédito de prepago o sistemas como PayPal, están tangenteando dicho limite. A ello hay que añadir ahora otros productos financieros como las criptomonedas privadas, y quien sabe que nos deparará el futuro próximo.
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