De la censura a la cancelación y la autocensura
Los recientes acontecimientos que estamos viviendo en torno al tema del “pico de la Jenny”, y la reacción histriónica y histérica de los voceros de la cultura progre, son un perfecto ejemplo de los procesos de manipulación social y ataque cognitivo explicados en mi último libro, “Sobrevivir al apocalipsis zombi, cuando pensar se convierte en un peligro”.
Uno de los giros que está tomando la polémica en el proceso de radicalización progresiva y radicalización social, mediante el uso de la Ventana de Overton, es la caza de brujas hacia cualquiera que muestre, o haya mostrado, cualquier grado de discrepancia sobre la postura del pensamiento único impuesta desde el Poder y sus lacayos mediáticos, o expresado apoyo público al protagonista del proceso inquisicional.
Para entender este nuevo giro del asunto, y las expresiones públicas de abjuración de la herejía por parte de los señalados como apóstatas de los dogmas ideológicos, al más puro ejemplo de las purgas stalinistas o maonistas de la Revolución Cultural, confesando sus graves crímenes contra el Estado y la Sociedad, hay que comprender los procesos de la cultura de la cancelación con los que se fomenta la autocensura personal
Por ello creo interesante publicar este extracto del libro en el que afronto estos instrumentos del Pensamiento Débil.
De la censura a la cancelación y la autocensura
«Si bien aquellos que quieren imponer la cultura “progre” del Pensamiento Débil para desmoralizar a la sociedad no dudan en usar la censura e incluso la criminalización para imponer su monopolio sobre la ‘verdad’, han desarrollado armas aún más poderosas para destruir toda resistencia abierta a sus postulados.
Al final, todo debe girar en torno a la ideología, convirtiéndose en un fin en sí misma. A diferencia de los totalitarismos socialistas anteriores, en los que el instrumento de control era la fuerza, la violencia física ejercida por un aparato represor, y la censura, aquí es la propia ideología la que reprime por sí misma al disidente.
No hay campos de reeducación, ni una policía secreta, ni cárceles. No hace falta un aparato represor del Estado. En lugar de acabar físicamente con los disidentes o encerrarlos en gulags o campos de concentración, se les aísla socialmente, se les cancela, se les señala y se les criminaliza, creando el rechazo social.
Así, nadie se atreve a discrepar en público y parece que toda la Sociedad piensa igual, como una mente colmena. Quien discrepa es atacado sin piedad, aislado y expulsado de la secta, a menos que renuncie a sus herejías ante la santa inquisición mediática.
Eso no quiere decir que, en caso de asumir el Poder, no vayan a recurrir a la violencia física contra los disidentes. De hecho, ya existen leyes represoras de la opinión discordante. Pero en cualquier caso, serán un instrumento secundario, casi innecesario, cuando impongan su doctrina sectaria. La mayoría de las personas conscientes de las consecuencias del ‘crimen mental’ se cuidarán mucho de expresar una opinión discordante, al menos en público, aplicando así la propia autocensura. De esta forma lograrán que tenga todo su sentido y efecto el principio de unanimidad, y potenciar aún más el impacto cognitivo de sus esfuerzos por condicionar las conductas sociales.
Al final, muchos, como consecuencia de la disonancia cognitiva, acabarán por interiorizar los postulados impuestos, por absurdos y ridículos que sean, e incorporándolos a su esquema de creencias. De esta forma quedarán absorbidos e integrados en la mente colmena.»
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Sobrevivir al apocalipsis zombi
Cuando pensar se convierte en un peligro
Quien no quiere pensar es un fanático
quien no puede pensar es un idiota
quien no se atreve a pensar es un cobarde