Sobrevivir al Apocalipsis Zombi
Cuando pensar se convierte en un peligro
El coche eléctrico. Mentiras arriesgadas.
(extracto del libro 3 tardes más de Economia. España ante el abismo)
Desde hace años, se va imponiendo en la sociedad el pánico al cambio climático, como instrumento para imponer toda una serie de políticas medioambientales y tecnologías, mal llamadas verdes, que en realidad tan sólo sirven para el enriquecimiento de unos cuantos, al tiempo que se reduce la competitividad y el crecimiento económico. No es casualidad que el PIB de Europa prácticamente se haya estancado desde el 2008.
Ello ha dado paso a un negocio en auge, el de los automóviles eléctricos, impulsado decididamente por los gobiernos occidentales, bajo la promesa de eliminar la contaminación y la amenaza a terribles consecuencias medioambientales en caso contrario. Todo ello va a trastocar la industria automovilística, uno de los “motores” de la economía mundial.
Pero ¿Qué hay de cierto en todo ello? ¿Es ciertamente el coche eléctrico, “cero emisiones”, y la solución a los problemas medioambientales?
En primer lugar, hay que considerar que los automóviles representan el 18% de la huella de carbono de España, 1,27 Tn de 7,1 Tn per cápita, frente al 66% que representa la generación eléctrica. Es decir, incluso la eliminación total de dicha huella de carbono no supone un cambio radical de la realidad.
Pero lo cierto es que, más allá del engaño generalizado al que se somete a la sociedad, es falso que el coche eléctrico no genere huella de carbono, otra cosa son la emisiones directas. De hecho, tiene una huella más que significativa.
Hay numerosos estudios recientes que analizan dicha huella, y que concluyen, incluso en los análisis más generosos, que generan en todo su ciclo de vida la mitad de CO2 que un coche de combustión interna, aunque la mayoría aproximan emisiones al 75%., e incluso algunos las igualan. Y ello es así por varias razones:
1º Su fabricación, especialmente las baterías, genera mucho CO2. El proceso de fabricación de batería puede generar hasta 200 kg de CO2, sin considerar otros contaminantes y su reciclaje. Por otro lado, hay una presión sobre su autonomía que implica aumentar la capacidad de sus baterías y con ello su precio y coste ambiental.
2º Además de ello, el elevado peso de las baterías de los coches eléctricos de alta gama hace que sean más pesados y por tanto consuman más energía por km.
3 Y esta energía eléctrica tiene una huella de carbono variable según de donde se obtenga. Si el particular la obtiene de paneles solares, será la de su producción, instalación y reciclaje, y si recurre a la red eléctrica, la media por kW del sistema de producción, a la entrega en el coche.
A ello añadir la presión sobre ciertos escasos recursos necesarios para su fabricación, con consecuencias incluso geopolíticas que sufren especialmente los países en vías de desarrollo.
Donde sí tienen un evidente impacto es en la reducción de la contaminación atmosférica de las ciudades.
Con todo ello, ¿Es razonable y viable la obsesión por la electrificación automovilista?
Parece que no. Con la tecnología actual, la reducción de emisiones reales durante todo el ciclo de vida no parece justificar el esfuerzo económico a realizar, sin contar con que tampoco es posible, dada la incapacidad técnica y productiva para producir 100 millones de baterías de casi 500 kg cada una al año, y muchos menos resolver el problema de los residuos generados por las mismas.
Por tanto, todo el esfuerzo que realizan los Gobiernos presionados por los poderes fácticos, usando todo el arsenal de alarmismo que son capaces de desplegar con su control cuasi absoluto de los medios de comunicación, y con ello de la opinión , tan sólo va encaminado a aumentar sus cifras de negocio.
Eso no quiere decir que en un futuro puedan ser viables, especialmente con el desarrollo de nuevas tecnologías de baterías, como las de aluminio aire, y la generación de energía limpia, libre de CO2.
Sin embargo, hubiera sido mucha mejor solución, al menos con la tecnología disponible, haber recurrido a vehículos con tracción eléctrica, pero con un motor generador auxiliar funcionando siempre en el régimen de consumo óptimo, para viajes largos, con una batería apropiada para trayectos cortos, menos de 50 km, y los sobre esfuerzos en viajes largos que requieran potencia extra inmediata sin necesidad de forzar el motor generador. Al recurrir a baterías más pequeñas, sería más ligero, barato, y menos contaminante en su producción. Y dado que la mayoría de los trayectos son cortos y urbanos, la mayor parte de ellos se realizarían con cero emisiones “directas”, y cuando menos mejoraría el medio ambiente urbano. Para viajes largos en motor de combustión de crucero, al operar en su rango de máxima eficiencia, reduciría el consumo de combustible. La combinación de ambos modelos de conducción reduciría seguramente el consumo a menos de la mitad del de un vehículo convencional y la huella de carbono no sería superior a la total de un vehículo totalmente eléctrico.
Si a ello se le uniera recurrir al gas como fuente de energía de los motores de combustión, obteniendo éste de las reservas de gas de esquistos nacionales, se podría asegurar la independencia energética y tener que importar decenas de miles de millones de euros en combustibles fósiles, dependiendo además de los caprichos del mercado internacional.
Pero la realidad es que los autores del mensaje “no tendrás nada y serás feliz”, tienen en mente otra dirección en la evolución de la industria automovilística, el coche autónomo eléctrico, y un nuevo modelo de gestión del transporte privado que no contempla la propiedad de los vehículo por parte de los particulares, sin su alquiler por uso. De esta forma el coche eléctrico será mejor aprovechado maximizando el número de km realizado por cada coche cada año y en su vida útil, y reduciendo así el parque automovilístico. Todo ello supondrá una revolución económica, social e industrial de grandes consecuencias.
Una vez más se observa que los intereses detrás de las decisiones pretendidamente medioambientales y los mensajes catastrofistas que pretenden imponer a la sociedad sus dictados, están lejos de la realidad y sobre todo del interés público.
Es evidente que éste no es un problema exclusivo de España, que únicamente es rehén de los mismos que controlan la opinión occidental, a través de los medios de comunicación, hacia la imposición del totalitarismo del pensamiento débil. Pero es triste consuelo formar parte de tan infame club. Desde luego sustraernos y salir de la órbita de esta nefasta influencia, nos colocaría en una excelente posición para ganar competitividad y mejorar nuestra posición económica, desarrollando nuestra economía y saliendo del abismo de 14 años de degradación económica, consecuencia de la propia degradación política y moral en la que se nos ha sumergido.
Lograr la independencia energética y la producción abundante limpia y a bajo coste, independiente del exterior, nos permitiría obtener la competitividad necesaria para liderar el desarrollo de las industrias intensivas en energía dentro de la Unión Europea. Industrias intensivas en capital y de alta productividad, capaces de proveer de empleos digno y bien pagados, y aumentar la capacidad exportadora de España, a la vez que se reducen las importaciones al no depender de la compra al extranjero de combustibles fósiles.
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