El dilema del Tranvía
El dilema del tranvía, ideado por Philippa Foot, es un supuesto teórico que se utiliza para ilustrar el dilema moral que surge en ciertas situaciones de estrés.
Imaginemos un tranvía fuera de control que se dirige hacia cinco personas atadas a la vía. Existe la opción de accionar un botón que cambiará la vía del tranvía hacia otro camino, donde hay otra persona atada.
¿Deberíamos pulsar el botón?
Este problema moral nos plantea la diferencia entre causar un mal y permitir que ocurra. Al pulsar el botón, como lo haría el 90% según un estudio de Harvard, elegiríamos causar un mal con el argumento de salvar cinco vidas a costa de una sola. Por otro lado, no pulsar el botón sería optar por permitir que ocurra un mal.
El neurocientífico Joshua Greene sostiene que al pulsar el botón se activan las áreas del cerebro relacionadas con las emociones, mientras que si no se pulsa, intervienen las áreas relacionadas con el razonamiento.
Por supuesto, a partir de este dilema se pueden plantear nuevas situaciones para complicarlo aún más. Por ejemplo, imaginemos que el tranvía con las cinco personas se dirige hacia un abismo, pero puede ser detenido si empujamos a una persona gorda a la vía. En este caso, hay una participación activa y directa en la muerte de la persona sacrificada, lo cual hace que muchas personas que pulsarían el botón ahora se nieguen a hacerlo.
Esto se explica a través de la doctrina del doble efecto, según la cual se puede asumir una acción que tenga efectos secundarios perjudiciales, pero causar daño de manera activa, aunque sea por la misma causa, se considera incorrecto.
En definitiva, este dilema ha sido y sigue siendo objeto de discusiones sobre la moralidad según los criterios de diferentes corrientes filosóficas de la moral.
Por supuesto, este dilema se puede aplicar a otras situaciones. Por ejemplo, imaginemos que un terrorista coloca explosivos en una residencia o en un tren de jubilados, amenazando con matar a 100 ancianos mayores de 80 años, a menos que el Estado sacrifique a 10 niños.
¿Sería ético matar a 10 niños para salvar a los ancianos?
Y si no son niños, ¿qué pasa si son 10 personas de cualquier edad elegidas al azar?
¿Y si se trata de una escuela con 100 niños en peligro?
¿Sería lícito que el Estado ejecutara a 10 niños para salvar a 100?
Es importante ser cautelosos con las decisiones a las que nos enfrenta el Poder, especialmente recordando que la acción de pulsar el botón se basaba en emociones, las cuales son hábilmente manipuladas por los medios, en lugar de la razón.
Es evidente que es absolutamente inmoral tomar o aceptar una acción que implique el sacrificio de inocentes a cambio de salvar la vida de otros, sin importar la causa.
En el ejemplo del terrorista, corresponde al Estado emplear todos los medios posibles a su alcance para evitar el desastre y, en caso de no lograrlo, responder por su incompetencia en lugar de optar por la fácil solución de ejecutar a inocentes.
Cuando la Sociedad llega a considerar razonable poner en riesgo la vida de unas personas para salvar a otras, se corrompe la ética social, fomentando el relativismo moral y el individualismo, debilitando así la Sociedad en su conjunto.
Lamentablemente, buena parte de la Sociedad ya ha tomado su decisión y ha pulsado el botón, guiada por una emotividad irracional, cayendo en la trampa y convirtiéndose en cómplice de las consecuencias.
Considerar que se deben asumir costes y sacrificios en aras de prevenir un mal mayor, en muchos casos falso, inventado o exagerado mediante la sugestión, suele fundarse una manipulación emocional no muy diferente que la que implica el dilema del tranvía.
Por supuesto estas decisiones generalmente no son aparentemente tan trascendentes y directas como enfrentar a la sociedad al dilema de matar a gente para salvar a otra, al menos abiertamente.
Pero en muchos casos esas decisiones de manera indirecta si inciden gravemente en la vida de numerosas personas, e incluso pueden poner en riesgo su vida de muy diversas formas. Y la mayoría de la sociedad apretará el botón sintiendo, o queriendo convencerse a si mismo que han hecho un bien bajo el inmoral principio de que el fin justifica los medios.
Cualquiera que no haya sucumbido a la manipulación mental a la que es sometida la sociedad, y aún mantenga el control de sus emociones y capacidad de razonar, puede en un rápido repaso de los acontecimientos presentes y de los últimos años detectar un sin fin de ejemplos de cómo se usa el chantaje que supone el dilema del tranvía para imponer sus fines y políticas.
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