Sobrevivir al Apocalipsis Zombi
Cuando pensar se convierte en un peligro
¿Emprendedores o empresarios?.
En el libro “3 tardes más de economía. España ante el abismo”, apenas dedico tiempo al problema del liderazgo empresarial, más por falta de espacio que al hecho de que realmente no sea otro clavo en el ataúd de la economía española.
La realidad es que la clase empresarial en España deja mucho desear, tal y como reflejo en el libro y pretendo profundizar en esta entrada, que como otras futuras ahondarán en otros temas que no han podido ser analizados en mayor profundidad.
Y es que hay una gran diferencia entre ser empresario, dueño, o copropietario de una empresa y emprendedor. El emprendedor es innovador, asume riesgos, busca ventajas competitivas, es visionario y se adelanta o aprovecha las oportunidades.
Son numerosos los problemas que atenazan la acción emprendedora, y lastran en general la actividad empresarial, las cuales en muchos casos están correlacionadas, y las más de las veces están condicionadas por la nefasta gestión económica de los Gobiernos y las Administraciones Públicas, y el sectarismo político, con su despreciable totalitarismo del pensamiento débil que ejerce su influencia sobre la sociedad, y también sobre la acción empresarial.
No se promociona ni facilita el emprendimiento desde el Estado y la Administración
Es el principal problema, y fuente del resto que atenazan el emprendimiento y la actividad empresarial. Es un problema multidimensional que ha sido tratado extensamente en ambos libros.
Son esa multitud de trabas de todo tipo, desde la deficiente educación, general y profesional, a las trabas burocráticas, el modelo territorial, o el fomento de ideologías sectarias, que condicionan la acción empresarial y generan sobrecostes de todo tipo y condición, reduciendo la competitividad y desincentivando la inversión productiva. Todo ello genera una onda expansiva de efectos sobre las empresas en particular y la economía y la sociedad en general
Incertidumbre y falta de inversión productiva
El sectarismo ideológico, las arbitrariedades administrativas, y la impunidad judicial en la que se desarrolla la actividad política y funcionarial en este país, genera un entorno de incertidumbre que afecta a la actividad económica y supone además una prima de riesgo que condiciona las decisiones de inversión, y aumente su riesgo.
El bajísimo rendimiento de factor capital en España, muestra como los empresarios prefieren reinvertir sus beneficios empresariales en “ladrillo” o Bolsa, en lugar de en inversión productiva, desarrollando y mejorando sus negocios.
Falta de financiación bancaria
El modelo financiero español es más que deplorable, tan solo preocupado de maximizar sus beneficios a cualquier precio. No me extenderé en este tema dado que fue tratado a fondo en ambos libros.
Cortoplacismo
Consecuencia de lo anterior, falta profundidad estratégica y visión a largo plazo a la hora de plantear inversiones. El objetivo es maximizar la inversión a corto plazo y obtener el mayor rendimiento posible sin valorar las consecuencias a largo plazo. Ello dificulta las posibilidades de crecimiento, y mejora de la eficiencia entre otras cuestiones
Temor y aversión al riesgo
La falta de una verdadera cultura empresarial y la incertidumbre, unidos un modelo educativo y social que fomenta la mediocridad y detesta la iniciativa, esfuerzo y la meritocracia, junto a un modelo socioeconómico que castiga de forma inmisericorde el fracaso empresarial, hace que predomine en conservadurismo, y dificulta el desarrollo de actividades de mayor riesgo financiero o técnico.
Falta cualificación profesional de la dirección
Algo que se desarrolló en dos niveles. En las pequeñas empresas, generalmente falta cualificación del empresario individual, y en las grandes en los equipos directivos, cuya formación, capacitación, aptitud y actitud es manifiestamente mejorable las más de las veces.
Falta formación y asesoramiento adecuado para el pequeño empresario y exigencia en la capacitación de los cuadros directivos, que se forman en unas universidades que están lejos de su objetivo de formar y forjar elites sociales. A ello unir modelos de captación selección y retención inadecuados, cuando no impera directamente el amiguismo y nepotismo.
Todo ello hace bueno el dicho de que en España se asciende hasta el máximo nivel de ineficiencia, que además no fomenta la meritocracia y la selección de los más aptos en los equipos de trabajo, sino de aquellos más dispuestos a aceptar sin discutir ni cuestionar las órdenes.
Organigramas funcionariales y falta iniciativa en los cuadros de mando
El modelo de organización empresarial suele ser arcaico y poco flexible. Basado en extensos organigramas funcionales con multitud de niveles, a lo que se ha unido ahora la detestable moda de denominarlos con pomposos términos anglosajones .
El modelo de dirección se basa en el control, la falta de iniciativa y el miedo a equivocarse, que además fomenta la ocultación de los problemas en lugar de ser afrontados para ser resueltos. Todo ello dificulta y retrasa la toma de decisiones y la mejora de los procesos. Hay una evidente falta de liderazgo directivo, que dificulta la labor de dirección y genera malestar y desmoralización de los subordinados.
Se crean departamentos estancos que raramente se coordinan y actúan con una visión de interés general, en los que en muchos casos los egos de los responsables compiten, entorpeciendo el correcto funcionamiento de la organización.
Hacen falta modelos más planos y flexibles, con mayor iniciativa y rapidez en la toma de decisiones, con responsabilidad y autoridad, así como los debidos instrumentos de auditoría y control de los procesos de decisión.
Falta de eficiencia y eficacia organización del trabajo y mecanización
La falta de correcta organización directiva conlleva a una falta de eficiencia y eficacia, que reduce la productividad general. Además el cortoplacismo y aversión al riesgo, unido al bajo coste del factor trabajo propiciado por el masivo desempleo, hace que no se apueste por mecanizar y automatizar el trabajo, ni se organice de forma adecuada, maximizando su productividad. A ello contribuye también la nefasta legislación laboral, y la incapacidad para aprovechar adecuadamente los recursos ociosos en momentos puntuales. En muchos casos se confunde presencialidad con productividad.
Pequeño tamaño
El tamaño de la mayoría de las empresas es pequeño, y son gestionadas por personas sin cualificación empresarial, en muchos caso siquiera estudios, lo cual implica deseconomias de escala y reducción de la eficiencia general por muchas razones, incluidas su dificultad para lograr financiación, o los costes de tiempo y dinero para cumplir la legalidad y satisfacer los caprichos e imposiciones de las AAPP.
Existe una falta de ambición y dificultad, técnica, administrativa y financiera para desarrollar y hacer crecer las empresas, que se complica con la falta de innovación y ventajas competitivas.
Falta de inversión en I+D y de apuesta por sectores tecnológicos
Como consecuencia de todo lo anterior existe una baja inversión en I+D, y además esta generalmente mal focalizado. Sólo empresas de cierto tamaño, bien gestionadas, con visión estratégica, adecuada financiación, y un decidido apoyo estatal con políticas multidimensionales que la fomenten, pueden tener el estímulo, interés y capacidad para invertir en I+D.
Tampoco hay un decidido apoyo institucional y financiero a la creación y desarrollo de startup, o a la implantación de industrias tecnológicas.
Mala gestión de los recursos humanos
Es un problema que parte de las elementales actividades de captación selección y retención del personal y que trasciende al resto de actividades propias de dicho tipo de departamentos, la formación, motivación, remuneración, planes de carrera, control de actividades, adecuación de puestos, elevada rotación…
El mercado de trabajo de “paro estructural”, fomenta una cultura explotación laboral y falta de productividad, donde existe un profundo desprecio y desvalorización del trabajo de los trabajadores, incluso de los más capaces y cualificados, a los que raramente se reconoce y valora sus méritos, lo cual hace que nuestros mejores y más cualificados recursos humanos emigren a países donde son mejor pagados y considerados, y una escasez de trabajadores en sectores clave.
Todo ello genera malestar y falta de compromiso por parte de los trabajadores que reduce la eficiencia y eficacia del trabajo, elevando los costes por encima de los supuestos ahorros laborales.
Complacencia con el sistema
Las asociaciones empresariales y cámaras de comercio, las más de las veces no cumplen con sus funciones de defensa de la acción empresarial, sin sus intereses particulares o la de quienes les financian con fondos públicos, y muy lejos de servir para los fines de interés general que se espera de ellos.
Por otro lado, la gran empresa no sólo muestra complacencia con el sistema político, sino que usa su poder y las puertas giratorias para lograr imponer sus intereses particulares sobre el interés social y económico, lastrando con su actuación aún más la actividad empresarial general.
Falta de patriotismo y principio y valores éticos
La falta de valores y patriotismo que se ha impuesto en la sociedad en las últimas décadas, por supuesto también ha metastizado la acción empresarial
Aunque parezcan conceptos innecesarios o incluso incompatibles con la actividad empresarial, nada más lejos de la realidad. El hecho de que la cultura empresarial emanada desde la dirección se base en principios morales inadecuados, el relativismo y las ideologías identitarias, o directamente en la absoluta inmoralidad, acaba afectando y contagiándose hacia el resto de la organización, y a la larga perjudicando sus actividades de muy diferentes formas.
Falta de cultura de calidad y excelencia
A pesar de que casi todas las empresas presumen de su certificación de calidad, comprada a los diferentes certificadores, la realidad es que la cultura de la calidad y la excelencia, no sólo no ha impregnado en el empresariado y la dirección empresarial española, sino que de hecho en los últimos años se aprecia un deterioro progresivo y acelerado de la misma.
Es evidente que el modelo socioeconómico que se ha ido articulando desde la llegada de la Democracia, no favorece en absoluto el desarrollo de una cultura emprendedora y dificulta incluso la mera acción empresarial «clásica», lastrándola con fomentando actitudes que dificultan el desarrollo y crecimiento económico, y fomentan una economía basada en sectores de mano de obra intensiva poco productivos.
Las empresas, lastradas por todos los problemas descritos, e incapaces sus directivas de ejercer un gestión eficiente y eficaz que les otorgue ventajas competitivas, tan sólo compiten en precio, o al menos buscan ajustarse a los de mercado, para lo cual compensan sus ineficiencias internas y externas vía costes, apretando a proveedores, desatendiendo a los clientes, bajando sueldos y condiciones laborales, o desatendiendo la calidad de procesos. Todo ello a corto plazo puede ser útil y mejorar la cuenta de resultados, al tiempo que enmascara las ineficiencias, pero a largo plazo acaba empeorando la situación, y obligando a buscar la forma de hacer nuevos recortes en costes, empeorando aún más la calidad, y la competitividad.
Como puede verse, la situación no es precisamente halagüeña. No sólo no se fomenta en emprendimiento, sino que la acción empresarial tradicional está gravemente lastrada por graves problemas que afectan a su competitividad, productividad, posibilidad de crecimiento y de generar empleo de calidad y bien pagado.
Hay una fuerte interrelación entre los diferentes problemas, y su solución por tanto debe ser integral. La mayor parte de ellos subyacen y dependen en gran medida de la nefasta acción política, social y económica de los diferentes gobierno de la Democracia, y de los problemas que generan las diferentes AAPP, tal y como se ha argumentado en los libros.
La solución por tanto es compleja y debe fundarse en acciones a corto medio y largo plazo.
Hay que hacer una profunda reforma y restructuración de las Administraciones Públicas, el modelo fiscal, el modelo educativo, y los sectores críticos como la energía y el financiero. Hay que rearmar moralmente a la sociedad española, y fomentar la cultura de la meritocracia y el esfuerzo. Hay que desarrollar una política económica basada en el fomento del crecimiento económico, el desarrollo industrial y la exportación, reduciendo todas las ineficiencias del sistema y la fiscalidad, para lograr una economía competitiva, y alcanzar el pleno empleo, que obligue a aumentar la productividad de los sectores menos productivos, elevando la competencia empresarial y fomentando así que los malos empresarios sean desplazados por otros más eficientes en sus gestión.
Esa es la teoría. En la práctica, el modelo, pese a no ser eficiente, ni capaz de generar desarrollo económico, ni prosperidad social, es conveniente y hasta necesario para unas elites políticas, económicas y sociales, que imponen sus intereses particulares sobre el bien común.
Evidentemente este cuadro “critico”, es una generalización, con fines didácticos, que no refleja la realidad individual de cada empresario o emprendedor en España. Hay muchos y muy buenos empresarios también, y otros muchos arrastrados por la deriva que pudieran serlo, de crearse las circunstancia oportunas para ello.
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2 comentarios. Dejar nuevo
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