Aprender de los errores
Confucio dijo: «El hombre que ha cometido un error y no lo corrige comete otro error mayor». Equivocarse es la principal fuente de conocimiento y aprendizaje que tenemos como especie. Si cometes errores, siempre tienes la oportunidad de mejorar.
Uno de los mayores errores que se puede cometer es precisamente no ser capaz de reconocer los errores que se cometen para poder corregirlos. Es por ello que la soberbia es uno de los peores defectos que se pueden arrastrar, algo muy propio de los narcisistas y las personas con baja autoestima.
En la débil sociedad occidental, castigada por la ideología del Pensamiento Débil, que fomenta la mediocridad, es muy común buscar siempre culpar a otros o al «heteropatriarcado» de los errores y defectos propios. Es algo muy típico de aquellos infectados por el virus progre y su neomarxismo cultural, siempre hábiles en buscar chivos expiatorios para los problemas del mundo.
Quien no es capaz de reconocer sus errores y carencias, además de autoengañarse, no puede crecer y desarrollarse como persona. Las personas con alta autoestima y pensamiento libre no se angustian con la culpa ni tienen miedo a cometer errores. Los reconocen como parte del proceso de aprendizaje. De hecho, se aprende más de los errores que de los éxitos. Los errores de los grandes hombres valen más que los éxitos de los hombres pequeños.
Solo aquel que no hace nada nunca puede equivocarse, pero tampoco aprender ni alcanzar ninguna meta. Por eso, también es importante ser condescendiente con los errores de aquellos que nos rodean o a quienes dirigimos y motivamos profesionalmente. Es mejor fomentar la toma de iniciativas, aunque luego resulten equivocadas, que fomentar la pasividad y la desidia.
Castigar o cuestionar el error, cuando este no es consecuencia de desidia o mala fe, solo lleva a su ocultación y, por lo tanto, se pierde la posibilidad de encontrar una solución y aprender, e incluso puede hacer que el error se agrave.
Perdonar es privilegio de los fuertes. Los débiles se regodean en los errores de los demás para sentirse más poderosos.
No hay que temer al fracaso porque es el camino hacia el aprendizaje, la experiencia y el éxito. Sin embargo, es mejor aprender de los errores ajenos.
Por eso, también es importante saber extraer conclusiones de la información y el conocimiento que se adquiere y utilizarlo con ese propósito. La Historia, por ejemplo, es un instrumento perfecto para ello.
También es importante tener presente, al analizar los errores propios y ajenos, que en muchos casos la delgada línea entre el éxito y el fracaso radica en la pura suerte o fortuna de una serie de acontecimientos producto de la incertidumbre. Por tanto, hay que ser cuidadosos al valorar las razones, especialmente en los éxitos, para evitar llegar a conclusiones erróneas.
Es algo que pasa habitualmente en la Historia, y un error muy típico de los malos historiadores, que a veces ensalzan o demonizan a un General por ganar o perder una determinada batalla sin considerar realmente los verdaderos hechos y circunstancias.
Así, un general que impulsivamente lanza sus fuerzas sin reconocer el terreno y rompa las filas del enemigo ganando la batalla es un valiente y arrojado. Pero si cae en una emboscada por su arrojo, es un temerario imprudente.
Como en la historia del burro, el viejo y su nieta, cualquier postura que se tome podrá ser criticada si se desea y conviene. Por tanto, conviene no dejarse llevar por los consejos o críticas de los demás y, menos aún, angustiarse por su juicio sobre nuestros actos.
Esto no significa que se deba rechazar la crítica constructiva, sino que lo importante es saber hacer autocrítica. Dentro de esta autocrítica, es importante saber asimilar y analizar la crítica externa cuando sea constructiva y enriquecedora.
Porque una cosa es dejarse llevar e influenciar negativamente, y otra muy distinta es saber aprovechar lo positivo de un consejo externo, especialmente cuando proviene de fuentes cualificadas y bienintencionadas.
También conviene tener en cuenta, al valorar las críticas externas, saber asumir los errores y aprender a vivir con ellos. Esto es parte fundamental del proceso para liberarse de las cadenas que esclavizan la mente y que impiden avanzar en el camino hacia el libre pensamiento.