Sobrevivir al Apocalipsis Zombi
Cuando pensar se convierte en un peligro

La tecnología que mueve el Mundo

La Guerra en Ucrania y las sanciones a Rusia, así como la nueva etapa de “desconfianza” entre Occidente y China, está poniendo de relieve el esfuerzo por intentar privar a estos Estados del acceso a las más punteras tecnologías en microprocesadores y electrónica, como pretendido instrumento para hacer prevalecer la supremacía económica occidental, trasladada al plano geoestratégico.

Sin embargo ello no es más que una muestra de lo errados y erráticos que son los lideres que dirigen y condicionan nuestras vidas desde el Poder.

Y es que, es más que cuestionable que los microchips de última generación  realmente aporten un impacto significativo al progreso y al desarrollo económico, y me explico.

Los microchips de última generación diseñados en los últimos años, y cuya fabricación requiere complejos procesos productivos y maquinaria, tan sólo fueron desarrollados y son utilizados, y útiles, en la electrónica de consumo domestico. Por regla general ni son usados ni necesarios en la mayoría de los procesos que realmente mueven la economía de los países desarrollados.

La realidad es que los países más avanzados no han crecido ni incrementado su productividad en los últimos años a pesar del gran avance tecnológico de las modernas tecnologías asociadas a la microelectrónica.

Se suponía que las modernas tecnologías de la información y la comunicación iban a revolucionar la economía y el conocimiento. Pero lo cierto es que tan sólo han  servido pera el entrenamiento masivo de las masas, idiotizándolas y destruyendo todo su espíritu crítico.

Porque la realidad es que la vida diaria, no necesita chips de 5 nanometros, para funcionar. Los electrodomésticos, los vehículos o la maquinaria no usan los avanzados y complicados microchips que se insertan en los teléfonos móviles y videoconsolas. Siquiera los ordenadores usan semejante nivel de miniaturización.

Para entenderlo, hay que conocer un poco de la evolución de la tecnología, especialmente de los microprocesadores, y su proceso de reducción de tamaño de los transistores.

Si observamos la historia de los microcircuitos, se puede observar el revolucionario aumento de densidad de los mismos. Desde  los 10 micrómetros, de principios de los años 70 a 1 micrómetro en 1984, 90 nanómetros en 2003, 10 nanómetros en 2016, y 5 en 2022.

Eso significa que los circuitos han reducido su tamaño en una proporción 1/2000 en 50 años, en sucesivas generaciones, siendo cada vez más complicado y complejo el proceso de fabricación y desarrollo de nuevos chips más y más pequeños.

Pero en realidad, la mayor parte de los equipos informáticos que regulan nuestras vidas, sea en el sector financiero, transportes, energía y otros tipos de infraestructuras críticas, así como en la industria del armamento, son de los años 90.

Y cada vez que la obsolescencia y falta de repuestos obliga a cambiar cualquiera de estos equipos de probada seguridad y eficiencia, unos sudores fríos entran a los ingenieros responsables de implementar el “salto tecnológico”, y asumir los riesgos inherentes.

Y es que no siempre más es mejor.

Es evidente que países como China o Rusia dominan, pueden dominar o al menos obtener fácil acceso a la tecnología para la fabricación de chips del orden de más de 100 nanómetros,  propios de los años 90, algo más que suficiente para alimentar las necesidades genéricas de sus economías. ¿Para qué necesita una lavadora, un televisor, un vehículo, o un robot industrial un chip de 5 nanómetros?

Por ejemplo, incluso los más avanzados aviones de combate de la OTAN, como puede ser el Eurofighter, o el F22, se diseñaron en los años 90. Un misil tan popular como el Tomahawk, fue diseñado en los años 80 con tecnología de 1 micrometro. ¿Para qué hace falta más entonces?

La famosa tecnología militar de la que presume la OTAN, en su mayor parte tiene tecnología a dos órdenes de magnitud respecto de la última tecnología disponible en microchips.

De hecho, la mayor ventaja real que tienen los más avanzados microchips, es la reducción del consumo eléctrico y el calor generado. Pero al coste de una menor fiabilidad y resistencia a efectos ambientales adversos, como calor humedad o bruscas aceleraciones.

Por tanto, ¿qué razón puede tener EEUU para querer impedir el acceso de quienes considera amenazas a su hegemonía, a las más avanzadas tecnologías de fabricación de microchips?

Excusa EEUU su proceder, en pretender privar a sus rivales de capacidad de desarrollo de tecnologías de inteligencia artificial. Pero ¿hasta qué punto es cierto, y realmente genera ventajas competitivas que le permitan mantener su hegemonía?

Si observamos la evolución de la economía, observamos que el estancamiento de la economía de los países occidentales coincide con el mayor avance de la tecnología de microchips y las ciencias de la información y la comunicación.

No se observa que la enorme capacidad de computación de la que disponen y presumen, esté resultando en una mejora de la eficiencia, la eficacia ni la productividad.

No parece que se hayan obtenido avances revolucionarios en ingeniería, sobre todo si tenemos en cuenta que hitos como el proyecto Apolo, los trasbordadores espaciales, o el 747, Jumbo, se diseñaron hace más de 50 años, sin el concurso de avanzadas tecnología de computación.

De hecho cualquier ciudadano tiene en su bolsillo mayor poder de computación del que llevo al Hombre a la Luna, sin que las más de las veces sepa sacarle mayor partido que ocupar su tiempo en las RRSS. Y aún así sueña con comprarse la siguiente generación de Smartphone, un poco más rápido que el anterior.

Y mientras, los grandes proyectos de ingeniería civiles y militares modernos no hacen sino acumular retrasos, problemas y sobrecostes, a pesar de la legión de ingenieros dedicados a ellos, y la las ventajas de las nuevas tecnologías a su disposición.

Y lo peor, con un contrastable retroceso social, en su sentido más amplio, abarcando tanto la pérdida de valores y principios morales, como el retroceso educativo, o de la capacidad del espíritu crítico y de análisis, en un proceso de idiotización impulsado por los dispositivos electrónicos domésticos de uso masivo.

Y es que un Smartphone, e incluso una consola de videojuegos, como un cuchillo, puede servir para el bien o el mal según como se use.

Si la capacidad de acceder a la información de la que se ha dotado a la sociedad no ha sido capaz de aumentar su conocimiento, e incluso la ha reducido, ¿Qué hace pensar que la inteligencia artificial realmente vaya generar una revolución económica y social?

La Carrera por la capacidad de computación lleva librándose  desde hace décadas, y ya en los años 90 cada nuevo superordenador se decía sería capaz de hacer cosas fabulosas.

Y sin embargo, aún hoy es más fácil acertar si lloverá tirando una moneda al aire, que confiando en los supermodelos climáticos de computación matemática a pesar  de toda la marea de datos puestos a su disposición.

Es difícil determinar en qué medida una mayor capacidad de computación de la ya disponible, realmente pueda generar decisivas ventajas competitivas. Y ello es así por dos razones.

La primera, es porque el beneficio marginal que puede generar el aumento de la capacidad de computación es decreciente, y hace ya mucho tiempo que está próximo a su límite, por lo que aumentos de velocidad y capacidad no generaran un significativo progreso.

Y la segunda, es que para sacar partido de esa capacidad de computación, haría falta desarrollar por un lado el software adecuado, y entender como puede ser usado de forma eficaz y eficiente. Es decir saber qué usos darle.

Sobre todo en unas Sociedades donde la caída de las actitudes y aptitudes de las nuevas generaciones es tan abismal, que cualquier empresa tecnológica necesita legiones de programadores para lograr hacer lo que un japonés hacia con un ábaco hace 100 años.

De hecho dudo que el problema del desarrollo de la inteligencia artificial sea la falta de capacidad de computación, sino la incapacidad de aprovecharla adecuadamente.

Pensar que la misma Sociedad que ha sido incapaz de sacar algún partido positivo a nivel social y humanístico a las modernas tecnologías de la información y la comunicación, vaya a ser capaz de aprovechar las posibilidades de la inteligencia artificial, es cuando menos ingenuo.

Eso, sin contar con la contradicción respecto al discurso ideológico sostenido por las elites globalistas con la intención de idiotizar y someter a la Sociedad, y que cualquier inteligencia artificial pondría en evidencia.

De hecho ese problema ya está surgiendo, evidenciándose cada vez más casos en los que hay que “retocar” los algoritmos porque los resultados no se ajustan al discurso ideológico del pensamiento débil impuesto.

Y es que resulta más fácil engañar a las masas desposeídas  ya de su inteligencia emocional, que a la fría inteligencia artificial.

El único campo en el que le auguro verdadero éxito y un cambio revolucionario, es en el del control social, sustituyendo o complementando el ya obtenido a través de los dispositivos de comunicación domésticos, de los que el máximo exponente es el Smartphone.

Por todo ello, confiar mantener la hegemonía geoestratégica, tan solo en la evolución de la tecnología de los microchips, la reducción de su tamaño, y el presunto desarrollo de la inteligencia artificial, es poco realista.

Y como en el caso ya tratado de las tecnologías renovables, muestra la falta de coherencia y contacto con la realidad de nuestros dirigentes.

Incluso si realmente se lograra impedir o limitar el acceso de China y Rusia a las más avanzadas tecnologías de fabricación de chips, eso no parará su economía ni posiblemente reducirá mágicamente su ventaja competitiva

El desarrollo económico solo vendrá de la reconexión con la economía real, el rearme moral de la sociedad, y el desarrollo de una sociedad basada en el conocimiento, la autoestima, la cultura del merito y esfuerzo, y el espíritu critico.

Justo lo contrario de lo que promueve la despreciable ideología del pensamiento débil que fomenta el globalismo para destruir la cohesión social de los países.

Jose Federico Villamil Calva

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