Los experimentos de Milgram y el principio de Autoridad
En 1961, Israel secuestró, juzgó y sentenció a muerte a Adolf Eichmann, un exoficial nacionalsocialista de las SS acusado de crímenes contra la humanidad.
Durante el proceso, Hanna Arendt acuñó el término «Banalidad del Mal» para expresar que algunos individuos actúan dentro de las reglas del sistema al que pertenecen sin reflexionar sobre sus actos.
No se preocupan por las consecuencias de sus acciones, sino únicamente por cumplir órdenes. La tortura, la ejecución de seres humanos o la práctica de actos «malvados» no son considerados en función de sus efectos o resultados finales, siempre y cuando las órdenes provengan de autoridades superiores.
Para contrastar esta sorprendente afirmación, Stanley Milgram llevó a cabo experimentos en la Universidad de Yale, con el objetivo de medir la disposición de los voluntarios a obedecer las órdenes de la autoridad más allá de los límites de su conciencia o moralidad.
Se buscaba responder a la pregunta de si era realmente posible que miles de criminales de guerra estuvieran simplemente siguiendo órdenes.
Para ello, se solicitó la participación de voluntarios de entre 20 y 50 años con diferentes niveles de educación, para un estudio relacionado con la «memoria y el aprendizaje» en Yale.
Los participantes eran colocados en dos habitaciones separadas: en una se encontraba el voluntario junto al investigador, y en la otra había otro supuesto voluntario, que en realidad era un cómplice.
El voluntario tenía un panel desde el cual se le indicaba que aplicara descargas eléctricas al otro participante. El investigador le decía al voluntario que debía desempeñar el rol de maestro y castigar al alumno con descargas eléctricas cada vez que este cometiera un error en las preguntas. El «alumno» se sentaba en una especie de silla eléctrica y era atado bajo la mirada del voluntario.
Se comenzaba dando a ambos una descarga real de 45 voltios para que el «maestro» experimentara el dolor del castigo. Luego, el investigador entregaba al «maestro» una lista de pares de palabras que debía enseñar al «alumno». Después, el «alumno» debía responder a las preguntas. Si la respuesta era incorrecta, el «maestro» debía administrar una descarga eléctrica al «alumno», comenzando con 15 voltios y aumentando en intensidad en 15 voltios en cada nivel, llegando hasta los 450 voltios.
El «alumno» simulaba los efectos de las descargas, haciendo creer al «maestro» que estaba siendo castigado de verdad. Llegaba a rogar que se detuviera e incluso afirmaba sentir dolores en el corazón. Al alcanzar los 270 voltios, gritaba de agonía. Si llegaba a los 300 voltios, el «alumno» dejaba de responder y simulaba convulsiones previas al coma.
Por lo general, alrededor de los 75 voltios, los participantes se ponían nerviosos ante las quejas de dolor y deseaban detener el experimento, pero la firme autoridad del investigador les hacía continuar. A los 135 voltios, muchos se detenían y cuestionaban el propósito del experimento. Un cierto número continuaba, argumentando que no eran responsables de las consecuencias.
Si el participante expresaba su deseo de no continuar, el investigador le indicaba de manera imperativa y progresiva:
- Continúe, por favor.
- El experimento requiere que usted continúe.
- Es absolutamente esencial que usted continúe.
- Usted no tiene opción alguna. Debe continuar.
Si después de esta última frase el participante se negaba a continuar, el experimento se detenía. En caso contrario, se interrumpía después de que hubiera administrado el voltaje máximo de 450 voltios tres veces seguidas.
Antes del experimento, se estimó que el promedio de descarga sería de 130 voltios, con una obediencia al investigador del 0 %, y que solo algunos sádicos aplicarían el voltaje máximo.
En el experimento original, el 65 % (26 de 40) de los participantes administraron la descarga de 450 voltios, a pesar de la posible incomodidad. Todos se detuvieron en algún punto y cuestionaron el experimento, pero ninguno se negó rotundamente antes de los 300 voltios.
Un estudio posterior mostró que los «maestros» con un contexto social más similar al del «alumno» tendían a detener el experimento antes.
Ninguno de los participantes que se negaron a administrar las descargas eléctricas finales solicitó que se detuvieran ese tipo de sesiones ni ingresó a la otra habitación para verificar el estado de salud de la víctima sin antes solicitar permiso.
Se elaboraron dos teorías para explicar los experimentos.
Teoría del conformismo.
Un sujeto que no tiene la habilidad ni el conocimiento para tomar decisiones, particularmente en una crisis, transferirá la toma de decisiones al grupo y su jerarquía.
Teoría de la cosificación.
La persona se mira a sí misma como un instrumento que realiza los deseos de otra persona y no se considera responsable de sus actos.
Ambas teorías se relacionan con el concepto del «Miedo a la Libertad» descrito por Erich Fromm. Todo esto explica en gran medida cómo la Autoridad, o la élite social, puede lograr que las masas obedezcan y participen activamente en acciones crueles, injustas o absurdas, incluso cuando son conscientes del daño que se genera, simplemente porque se les ordena.
De esta manera, podemos comprender mejor muchos de los acontecimientos recientes que están ocurriendo en el Mundo y el comportamiento de ciertos grupos que participan en ellos, obedeciendo órdenes sin cuestionar la razón y las consecuencias de las mismas.
Es el caso de la extrema violencia con la que la Policía Nacional se esta empleando para reprimir las protestas del Pueblo español contra aquellos que quieren subvertir el Régimen Constitucional y la legalidad vigente, destruyendo así el Estado de Derecho, a pesar de no representar a mas que un tercio de la población con derecho a voto, 12,5 millones de votantes y que de ellos 7,5 millones votaron a un partido que negaba la legalidad y legitimidad de dicha medida.
Esos policías que hoy agreden, y arrancan de sus manos y pisotean las bandera de España de quienes defienden la legalidad y les defendieron cuando ellos mismos eran victimas de las agresiones de los antidemócratas son un perfecto ejemplo de como funciona la Psicología de la Autoridad, como se impone ante los mas débiles de espíritu por mucha fuerza que les den sus porras y pistolas, y como el totalitarismo populista acaba por imponerse en la sociedad.
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