La posverdad
Cualquiera que aún no haya perdido su capacidad de juicio crítico habrá podido observar cómo, desde hace ya bastante tiempo, se ha ido imponiendo una forma de comunicación informativa altamente subjetiva, tendenciosa y alarmista, que busca afectar emocionalmente al receptor para así alcanzar el cerebro límbico, donde nuestro sistema de creencias amplificará su efecto y reforzará la sugestión.
Es la posverdad, definida como aquella información o aseveración que no se basa en hechos objetivos, sino que apela a emociones, creencias o deseos del público. El uso del término empezó en Estados Unidos en la década de los 90 del siglo pasado.
Los mensajes buscan contar una mentira que el receptor quiere creer como cierta, porque encaja en su modelo de creencias ideológicas, aprovechando la carga emocional de la información. El neolenguaje, los eufemismos y todo un sistema de creencias a priori sin refutación posible van estableciendo un esquema en el que unas mentiras encajan con otras, creando un perfecto puzle de manipulación.
Evidentemente, la posverdad funciona mejor frente a quienes hayan sido predispuestos a creerla. Para ello opera la programación neurolingüística y el sistema de adoctrinamiento y manipulación. Se pueden aplicar diferentes técnicas y buscar activar diferentes sensaciones en el público objetivo: odio, rechazo, compasión, miedo, amor, haciendo relacionar al receptor conceptos positivos o negativos, como una determinada persona o cosa, para incentivar el apoyo o rechazo.
Por tanto, la posverdad no se dirige preferentemente hacia la población de forma indiscriminada, sino que se diseña y dirige hacia un público previamente «trabajado» ideológicamente.
Sin embargo, también es útil para crear opinión sobre nuevos temas o convencer a quienes aún no tienen posición.
En todo caso, no es un concepto nuevo, por más que ahora se busque definir académicamente. La posverdad, o acudir a las fibras sensibles de las masas sustituyendo la verdad por sus deseos, es tan vieja como las sociedades humanas y el ABC de la propaganda populista, donde la verdad no importa nada cuando no sirve a los fines y objetivos del «proceso».
De hecho, la posverdad de hoy sería el equivalente al amarillismo periodístico del siglo XX. Sin embargo, es con las nuevas tecnologías cuando están alcanzando unas cotas insospechadas de impacto social.
Es fácil identificar la posverdad en casi cada información que despachan los medios de comunicación. Algunas de las características comunes de este tipo de noticias son:
Titulares. Escandalosos y emocionalmente impactantes. Muchas veces no tienen relación con el contenido real o son sesgados. Conviene tener en cuenta que con la inflación de información, más del 95% de las veces las personas ni siquiera entran a ver la información, quedándose con el titular.
Imágenes y vídeos. Una imagen vale más que mil palabras. La información visual se impone sobre la lingüística. Igual que el titular, se busca impacto y escándalo. En muchos casos se juega con la perspectiva para dar a veces una sensación engañosa, e incluso se falsifican imágenes. Una imagen simpática o desagradable de un líder, por ejemplo, puede generar inmediatamente sensaciones de simpatía o rechazo en el público.
En muchos casos, los documentos gráficos están sacados fuera de contexto, son de archivo e incluso se fabrican directamente al efecto o se presentan hechos que no concuerdan con la noticia.
Datos sesgados. Cuando no son directamente falsos. Se destaca lo que interesa y se omite lo que perjudica. En muchos casos, la información se presenta de forma engañosa o tendenciosa para inducir a pensar algo que en realidad no se ajusta a la realidad.
Subjetividad. Suelen estar cargadas de valoraciones y opiniones personales que sustituyen o minimizan los hechos objetivos y datos. De esta forma, se condiciona la receptibilidad.
Oportunismo. Se destaca un dato puntual cuando beneficia al discurso oficial, obviando aquellos que lo perjudican. En muchas ocasiones, la información busca desviar la atención para esconder o minimizar otra información negativa. Se relacionan como causa-efecto hechos sin ningún sentido o lógica, aprovechando la incapacidad general de diferenciar causalidad con casualidad.
Ademas se resalta, repite y ensalza cualquier desliz, error o contradicción hasta transformarlo en algo trascendente, o se minimiza u oculta cualquier hecho significativo y hasta criminal según convenga al sesgo ideológico.
Contexto. Frecuentemente noticia o la información esta sacada de contexto. La sublimación de la posverdad, es cuando se sirve del principio de la transposición del arte de la manipulación, es decir se atribuye a la “victima” los errores y defectos propios.
Si bien suelen tener una intencionalidad clara a la hora de condicionar la opinión pública o reforzar los sesgos ideológicos, en muchos casos la posverdad puede tener una finalidad mucho más mundana.
En un mundo de saturación informativa, cada vez es más difícil lograr posicionar un medio o información y lograr que sea visto y compartido.
Los algoritmos de los buscadores y las redes sociales favorecen aquellas informaciones que más veces se visualizan y que más reacciones tienen. De esta forma, en muchos casos se busca mediante las técnicas de la posverdad lograr una mayor atención y reacción frente a la información que se ofrece para lograr una mayor difusión.
De esta forma, se le da al público lo que quiere oír, lo que refuerza su sesgo de confirmación, buscando un público objetivo.
Al final, es como la comida basura. Está porque hay un mercado que la consume. Otra cosa es cómo se ha idiotizado a la población para que acepte, e incluso exija, su ración diaria de posverdad, porque prefiere vivir en el autoengaño.
El uso de la posverdad ha servido en los últimos años para sugestionar a la población en temas tan trascendentes para entender la realidad social y económica actual como la pandemia, la emergencia climática o la Guerra de Ucrania. En todos estos casos se ha generado una enorme manipulación social para crear reacciones de pánico, miedo, odio o rechazo con el fin de condicionar la opinión pública.
Es difícil a veces marcar la diferencia entre la posverdad y las fake news. En ambos casos se busca manipular. Sin embargo, las fake news se basan en mentiras abiertas y, en muchos casos, burdas, mientras que la posverdad se podría decir que se fundamenta en el engaño y en la verdad tratada y modificada para amplificar su impacto, ocultando deliberadamente aquello que no conviene para los fines establecidos. Además, en muchos casos, la posverdad ni siquiera es intencionada, sino un vicio adquirido o incluso una necesidad para hacerse un hueco en el saturado mercado de la difusión de información.
En cualquier caso, ambas se usan en muchos casos de forma simultánea e incluso coordinada en campañas de manipulación.
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