La teoría de los “Trabajos de Mierda”
Cuando oímos hablar de trabajo de mierda, inmediatamente nos viene a la mente la imagen de un mileurista con jornadas interminables. Sin embargo la realidad es que el término correcto para definir este tipo de explotación laboral seria trabajo con remuneración de mierda.
Y es que según explica el antropólogo David Grabe, en su libro “Bullshit jobs. A therory”, el concepto de trabajo de mierda es bien distinto, referido a puestos de trabajos vacíos de contenido y que no generan verdadero valor añadido, los cuales han proliferado en las modernas economías postindustriales como hongos, generalizándose en determinados sectores de la economía.
En realidad ha sido toda una revelación haber conocido tan interesante libro, dado que confirma una realidad que durante años vine observando a mi alrededor.
Durante mi servicio en el Cuerpo de Infantería de Marina de la Armada, pude observar de primera mano este fenómeno de subempleo de recursos humanos, en diferentes destinos. Una de la cosas más destacada, fue observar cómo la burocracia interna se multiplicaba innecesariamente hasta representar la mayor parte de la razón de ser de una Unidad. También cómo se creaban departamentos sin sentido y se sobredotaban de recursos humanos para colocar a jefes sin destino. Todo ello no sólo genera sobrecostes, sino que además anquilosa la institución y aumenta la burocracia interna hasta niveles disparatados
Este proceso de hecho es generalizado en las hipertrofiadas Administraciones Publicas, que no dejan de crecer a pesar de que las modernas tecnologías de la información y la comunicación deberían aumentar la productividad y reducir el número de empleados públicos necesarios para sostener el Estado.
Así, la Administración Pública está plagada de jefecillos y puestos sin contenido y de departamentos sobrestructurados para sus necesidades, e incluso algunos que existen sin más razón que mantener a funcionarios de por vida en sus puestos de trabajo.
Pero, tal y como expliqué un artículo anterior, este fenómeno de sobre estructuración de los recursos humanos transciende el, por definición, ineficaz e ineficiente sector público, y alcanza también al sector privado, donde proliferan, especialmente en las grandes empresas, puestos con rimbombantes nombres pero vacíos de todo contenido y necesidad real, y que en muchos caso no sólo no aportan valor añadido, sino que acaban siendo una rémora para la empresa.
Muchas son las razones para el desarrollo de este tipo de puestos, que curiosamente suelen ser ocupados por personas con perfiles cualificados, al menos en lo académico, y bien remunerados, a pesar de la inutilidad de su trabajo.
El su libro Grabe identifica 5 posiciones básicas:
Lacayos, que sirven para hacer que sus superiores se sientan importantes, por ejemplo, recepcionistas, asistentes administrativos, asistentes de puerta.
Matones, que actúan para dañar o engañar a otros en nombre de su empleador, o para evitar que otros matones lo hagan, por ejemplo, cabilderos, abogados corporativos, vendedores telefónicos, especialistas en relaciones públicas, administradores de comunidades.
Arreglatodo, que solucionan temporalmente problemas que podrían solucionarse permanentemente, por ejemplo, programadores que reparan código hinchado, personal de mostrador de aerolíneas que calma a los pasajeros cuyas maletas no llegan.
Burócratas, que crean la apariencia de que se está haciendo algo útil cuando no se está haciendo, por ejemplo, administradores de encuestas, periodistas de revistas internas, oficiales de cumplimiento corporativo, gerentes de servicios de calidad.
Capataces, que crean trabajo extra para aquellos que no lo necesitan, por ejemplo, mandos intermedios, profesionales de liderazgo.
Un ejemplo de cómo este tipo de posiciones ha ido proliferando en las empresas, especialmente las grandes y hasta medianas, es la transición en las mismas de los “cuellos azules”, a “cuellos blancos”. Empresas donde hace 40 años trabajaban en los talleres de producción 1000 trabajadores y 100 en las oficinas, sacando el trabajo con máquinas de escribir, se han transformado en empresas donde trabajan 100 en talleres y 1000 en oficinas, en las más diversas funciones que antes no eran necesarias.
Ello además acaba en complejos e inexplicables organigramas multinivel con interminables departamentos y puestos de trabajo con nombres anglosajones que nadie sabe muy bien determinar cuál es su función y necesidad.
En lo personal disiento de las razones que justifican este proceso de degradación del trabajo, al menos en el sector privado. Me cuesta creer que las empresas privadas se pongan de acuerdo para sobrecontratar masas de jóvenes universitarios iletrados e ineptos, como medio de control social que evite la ociosidad y el malestar social. Seguramente la razón viene por una combinación perversa de razones.
Por un lado exigencias regulatorias y legales, en muchos casos absurdas y en otros con afán de control y poder de la Administración Pública, que aumenta la sobrecarga administrativa.
Por otro el nepotismo que obliga a colocar a familiares y familiares de amigos, o personas con influencias, en puestos “dignos” de su posición social de «hijosdalgos» modernos.
También hay que considerar el estudiado proceso de dilución de responsabilidad en la toma de decisiones cuando estas se adoptan en grupo o cuando se delegan en otras personas, lo cual anima a aumentar el número de cargos directivos y niveles de decisión.
Y por supuesto la necesidad de reafirmación de personas incapaces, acomplejadas e inseguras que alcanzan puestos directivos para los que no están cualificados y necesitan cortesanos y serviles para sentirse reafirmados.
Al final los vicios presupuestarios de la Administración Pública alcanzan a muchas grandes empresas donde el poder del directivo se sustenta en lo hinchado de su presupuesto y su capacidad de mostrar su influencia. En muchos casos, la mayoría, los departamentos no colaboran sino que compiten creando graves disfunciones.
Gran parte del problema, en mi opinión, es el fracaso de las políticas de calidad que pretendía imponer la ISO 9000, que ha sido entendida por la mayoría de los gerentes como una mera pegatina que comprar para poner en sus páginas web, sin llegar a entender realmente su necesidad y ventajas estratégicas a largo plazo.
Los procesos de implantación de calidad y control de la cadena de valor en gran medida detectan este tipo de procesos inútiles e incluso negativos para poder ser eliminados.
En todo caso, dudo que sea un problema tan masivo y extensivo como pretende hacer ver el libro aunque si sustancial. Se supone que las empresas buscan la competitividad y por tanto reducir los costes laborales y eliminar aquellos que no añade valor añadido, sin embargo la existencia de este tipo de posiciones laborales indica que muchos sectores no operan en régimen de competencia sea por razones oligopolísticas, regulatorias, prestigio de marca, o por acuerdos tácitos.
Mas allá de las consecuencias evidentes sobre la eficiencia y eficacia de las propias empresas y sus cuentas de resultados, y lo que es más importante sobre los costes que deben pagar los clientes, en muchos casos compradores forzados del producto, este tipo de mala gestión de recursos humanos incide de forma decisiva en los propios empleados, conscientes de la falta de sentido de su trabajo y alienados por ello. A fin de cuentas una de bases de gestión de los recursos humanos y el liderazgo es ser capaz de hacer sentir a los subordinados útiles y necesarios.
Esto crea insatisfacción, y a la larga puede llegar crear problemas emocionales. Todo ello sin contar con el desperdicio de recursos humanos desaprovechados, las más de las veces cualificados, para la economía en general.
Como se puede ver, esta teoría de los trabajos de mierda de aleja diametralmente la visión de los trabajos con sueldos de mierda que proliferan no sólo en España sino en otras muchas economías occidentales, que tan sólo son un instrumento para mantener a una parte sustancial de la sociedad bajo la dependencia económica que justifique la necesidad de un Estado del Bienestar.
Y es que la mayoría de esos trabajos mal pagados, y mal considerados socialmente, sí son necesarios, y a veces indispensables para el ejercicio de la actividad empresarial o de interés social, a diferencia de los trabajos de mierda que se amparan bajo la teoría expuesta por David Graves.
De hecho en muchas ocasiones los elevados sueldos de determinadas posiciones laborales inútiles y hasta contraproducentes en las empresas deben ser compensadas con una menor remuneración de puestos que son realmente necesarios, para compensar su coste laboral. Algo que redunda en una menor motivación e insatisfacción de aquellos que realmente producen, repercutiendo en la calidad y eficiencia de su trabajo.
Eso sin contar con el nefasto efecto que un liderazgo inepto ocasiona en los subordinados, y el problema que generan a veces una multitud de jefecillos que compiten en dar órdenes incoherentes, inconexas y contradictorias generando caos, confusión y desmoralización en las plantillas.
Como puede verse los trabajos de mierda, pueden ser un problema mucho mayor que su mero coste laboral, y trasciende su ecosistema natural, el sector público, para trasladarse también al sector privado.
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