Sobrevivir al apocalipsis zombi. Cuando pensar se convierte en un peligro

La moral judeocristiana. Los buenos y los malvados

Reconozco que jamás pude «soportar» a Nietzsche. De joven, cuando tocaba estudiar su obra en la asignatura de filosofía, me resultó francamente tedioso, contradictorio, extremo y complicado, al punto de desanimarme durante años a tratar de entenderlo. Sin embargo, los últimos años, los acontecimientos que ocurren me han hecho recurrir a él para comprender mejor algunas de las actitudes propias de la sociedad zombi e infantilizada en la que vivimos.

Concretamente, me ha interesado especialmente el estudio de lo que él denominaba la «moral judeocristiana» del Mundo Occidental y su impacto en la forma de ser y actuar de nuestra Sociedad.

Personalmente, nunca he renegado de los valores cristianos que fundamentan la Civilización Occidental, y menos en estos momentos en que, mediante la Ventana de Overton, buscan la prostitución y degradación de esos valores y principios morales, aliándose con quien sea necesario para ello.

De hecho, esos valores trascienden lo religioso y están profundamente arraigados en la mente de nuestra sociedad, más allá de creencias e ideologías. Los Diez Mandamientos de la Ley de Dios son principios morales incuestionables en Occidente, tanto para creyentes como para ateos.

Sin embargo, si hay un aspecto de la moral judeocristiana que, como bien señalaba Nietzsche, es profundamente limitante de la capacidad cognitiva y fácilmente aprovechable por quien pretenda manipular la mente, es el concepto del bien y del mal, que él explicaba en su libro «Genealogía de la moral».

Para Nietzsche, «el pueblo judío siempre fue un enemigo acérrimo de la verdad y la razón; y por ello, se opuso a la helenización del cristianismo. A lo largo de la Historia de Israel entre las naciones cristianas, se encuentran innumerables ejemplos de falsificación de la verdad, los hechos, la historia o la religión para manipular a las multitudes».

Más allá del debate sobre la exactitud de esta afirmación, o el papel concreto que se deba asignar a ese «pueblo judío», especialmente considerando que es una obra de hace 150 años, el concepto en sí mismo subyace y es plenamente actual, la falsificación de la verdad, los hechos, la Historia o la Religión para manipular a las multitudes.

Y dentro de este contexto, es muy importante cómo se conceptualiza y manipula los conceptos de bien y del mal como valores absolutos y opuestos, con las implicaciones sociales y morales que ello conlleva.

Entendía dos tipos de morales contrapuestas, la del «Señor» y la del «Esclavo». La moral del señor valora el orgullo, la fortaleza y la nobleza, mientras que la moral de esclavos valora la amabilidad, la humildad y la compasión.

Los señores miden las acciones en función de sus consecuencias, buenas o malas, mientras los esclavos lo hacen en base a sus intenciones buenas y «malvadas».

Para los señores, el binomio «bien-mal» equivale a «noble-despreciable», considerando despreciable aquello que es fruto de la cobardía, el temor, la compasión, aquello que muestra debilidad y disminuye el impulso vital. Por contra, bueno sería lo superior y altivo, fuerte y dominador. Es, por tanto, una moral fundada en la fe en sí mismos y el orgullo.

Frente a ello contrapone la moral del esclavo, o el siervo, propia de los oprimidos y débiles, basada en cuestionar los valores de los señores, despreciando el poder, el dominio, la gloria. Por ello, el esclavo considera como buenas las cualidades propias de la debilidad, la compasión, el servicio, el sacrificio, la paciencia, la humildad.

De esta forma, justifican y enaltecen su sumisión a los amos a los que consideran «malvados» y justifican su actitud servil, afirmando que la obediencia es buena y que el orgullo es malo.

Mientras considera que la moral de los señores es sentimiento, la moral de esclavos se funda en el re-sentimiento. Es decir, una moral reactiva, mientras la moral de los señores es proactiva.

La moral de los esclavos es una reacción a la opresión, por tanto, como frente a un espejo invierte los valores de la moral de los amos y los presenta como malvados, frente a ellos, los buenos.

No construyen una moral en positivo que permita el desarrollo de las más elevadas cualidades del Ser Humano como la autorrealización, sino que buscan justificar su incapacidad para crecer y desarrollarse como personas y se amparan y refugian en el grupo, la comunidad, la manada. Para ello, se refugian en la Biblia y aquellos principios que se adecuan a justificar su debilidad como cualidad y fortaleza, mostrar la otra mejilla, humildad, caridad y compasión, «los humildes heredarán la tierra».

La clave para el triunfo de la moral de esclavo fue su presunción de ser la única verdadera moral, tal y como ahora sus herederos alienados en las doctrinas de las ideologías socializantes también defienden y definen como «la superioridad moral de la izquierda» y que justificaría su carácter totalitario.

Hoy en día está de plena vigencia esta conceptualización de la moral de los esclavos que definía Nietzsche. Una moral que está arraigada en la sociedad y que es favorecida y promovida por las élites para perpetuar los roles y dominar y controlar a las personas, dándoles una válvula de escape ante los abusos y justificación para su sometimiento, mientras los mantienen contentos con las migajas que se les reparten mediante el mal llamado estado del bienestar, del pan que ellos mismos cocinan, y les permiten pensar que colaboran en un bien común mediante su sacrificio, haciéndoles mejores personas.

«No tendrán nada

Y serán felices»

Todo ello condiciona, más bien limita, la capacidad de pensamiento racional de la mayoría social, constreñidos por sus prejuicios morales, y contribuye al conformismo social y ausencia de pensamiento crítico.

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Sobrevivir al apocalipsis zombi
Cuando pensar se convierte en un peligro

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