LA IDEOLOGÍA DEL PENSAMIENTO DÉBIL Y LAS DISPENSAS IDEOLÓGICAS
Partiendo de la nada hemos alcanzado las más altas cotas de la miseria
Groucho Marx
Durante las últimas décadas, se ha producido un profundo cambio social en los países europeos, una ingeniería social que ha venido de la mano de la imposición de las doctrinas de la ideológica del totalitarismo del pensamiento débil. Un proceso acelerado desde el advenimiento de la era Zapaterista en el caso de España, y que tiene graves consecuencias sobre el desarrollo económico.
Antes que nada, hay que entender qué es la ideología del pensamiento débil, o pensamiento de los débiles, para entender este tipo de totalitarismo moderno.
Este concepto neomarxista fue acuñado por el comunista Gianni Vattimo como evolución del marxismo, entonces en franco declive, que busca trasladar el campo de batalla con el sistema desde el tradicional enfrentamiento proles contra capitalistas al apoyo de los movimientos sociales transversales.
El pensamiento débil, que pretendía ser algo así como refugio intelectual de los débiles, entendiendo por aquellos a los más desfavorecidos o discriminados por la sociedad, se ha transformado en manos de los doctrinarios neomarxistas en un pensamiento de los débiles de mente, incapaces de pensar por sí mismos y con necesidad de agruparse en manada. Esas ideologías buenistas y posibilistas mal llamadas progresistas, y que tan bien han calado en las débiles mentes occidentales. ¿O es que se han vuelto débiles las mentes de los occidentales como consecuencia del pensamiento débil?.
La cuestión es que, una vez más, lo que pretende ser antisistema y libre, un relativismo intelectual que, en principio, más allá de lo acertado o no de sus postulados pretendía ser una fuente de debate fresco de ideas y conceptos, pasa, como todo aquello que contamina el socialismo, siempre homogeneizador y totalitario, a ser doctrina inmutable de obligado seguimiento, primero para sus adeptos, y luego por supuesto para toda la sociedad.
Así, se enfrenta este concepto “cultural” a los principios y valores tradicionales de la sociedad occidental. De esta forma se busca destruir el sustrato que unía a las sociedades y los ciudadanos entre sí, haciéndoles así más vulnerables y fácil objetivo de unos movimientos que actúan como auténticas sectas depredadoras sobre los más débiles y vulnerables a los que se les da una causa y justificación de su desgracia, objetivándola en otros, culpables de sus males y por tanto enemigos a los que odiar y contra los que luchar.
No analiza y saca conclusiones o lecciones de la realidad, sino que pretende que la realidad se adapte a su ideología. De esta forma, cual moderna inquisición, se desprecia y ataca incluso la ciencia, la razón, y sobre todo a quien ose divulgarla, si esta se postula en contra de los fundamentos del pensamiento débil, unos conceptos que además varían constantemente dada la inconsistencia y vacuidad de los mismos pretendiendo que sus adeptos acepten sin discusión, fielmente, cada nuevo precepto de la doctrina por disparatado que sea so pena de ser excomulgados.
Sus adeptos repiten como loritos los dogmas de fe como verdades inmutables y con la fe ciega del fanático niegan toda evidencia en contra de sus postulados, por muy objetivas y sólidas que sean. Al final, o más bien al principio, el único argumento contra el discrepante es el insulto. O estás conmigo y aceptas sin matiz toda la doctrina, o eres un …… facha racista xenófobo machista misógino asesino de mujeres homófobo….
Todo ello expresado con un desprecio y odio inusitados que llega a la violencia física con facilidad, ya que la tolerancia y respeto que exigen hacia ellos, de la mano de su fanatismo y absoluta falta de tolerancia a la frustración y resiliencia se transforma en intolerancia y “derecho legitimo a la respuesta” contra la provocación de quien atente contra sus dogmas por la mera discrepancia de ellos.
Al final, todo debe girar alrededor de la ideología y esta se convierte en un fin en sí mismo. A diferencia de los totalitarismos socializantes previos, en los que el instrumento de control era la fuerza, la violencia física ejercida por un aparato represor, aquí es la propia ideología la que reprime por sí misma al disidente. No hay campos de reeducación, ni una policía secreta, ni cárceles. No hace falta aparato represor del Estado. En lugar de acabar físicamente con los disidentes o encerrarlos en gulags o campos de concentración, se les aísla socialmente, se les cancela, señala y criminaliza creando el rechazo social. Así, nadie se atreve a discrepar en público y parece que toda la sociedad piensa igual, la mente colmena. Quien discrepa es atacado sin piedad y aislado y expulsado de la secta salvo que abjure de sus herejías ante la santa inquisición mediática.
Eso no quiere decir que llegado el caso y asaltado el poder no se vayan a privar del uso de la violencia física contra los disidentes. De hecho, ya hay leyes represoras de la opinión discrepante. Pero en todo caso no serán sino un instrumento secundario, casi innecesario cuando impongan su doctrina sectaria.
Y es que, aprovechando la falta de inteligencia emocional y resiliencia de las sociedades occidentales fomentada durante décadas por el Poder, han logrado, gracias a la posverdad y el buenismo, someter a la sociedad a su dictadura intelectual.
Evidentemente, una ideología tan vacua e inconsistente no hubiera podido ser impuesta a la sociedad sin el apoyo de unos medios de comunicación serviles, dominados por la superestructura social globalista que marca el ritmo de la ingeniería social y de lo que se debe opinar en cada momento la ciudadanía.
Ellos deciden quiénes deben tener relevancia pública y ser elegibles en base a su alineamiento con las doctrinas impuestas. De esta forma, se impide que cualquiera con inteligencia y capacidad para cuestionar el plan globalista pueda llegar al Poder.
Así vemos como todos los partidos al final piensan lo mismo de las doctrinas identitarias, aunque expresen ciertos matices. Al final, el verdadero Poder en la sociedad moderna es de quien controla los medios y con ellos controla la opinión pública, ya que así puede mediatizar y condicionar las decisiones de los políticos, siempre pendientes de las encuestas de valoración y de aceptación de sus políticas.
Gente de pensamiento débil elige a débiles mentales para que los representen, y estos a quienes dirigen los estamentos fundamentales del Estado, y al final como un cáncer van pudriendo el cuerpo social hasta metastatizarlo.
Es difícil vivir más allá del reconfortante y seguro castillo de la ideología generalmente admitida por la mayoría. Salir del establo intelectual a pastar en los verdes y extensos prados del librepensamiento. Hay dos razones fundamentales para ello.
La primera es que, fuera de los muros de los socialmente admitido y convenido, el riesgo de equivocarse lo asume quien decide.
La segunda es que el Poder no quiere que nadie salga de los muros de la granja del pensamiento único a descubrir pastos intelectuales más ricos y nutritivos que la paja que ofrece.
Al final, el mansumiso se va construyendo sus propios muros que le protejen de descubrir que toda su construcción mental pueda está equivocada. El fanatismo, la ideología, el sectarismo, la intolerancia, no son sino sólidas construcciones mentales que nos libran de la desazón de pensar por nosotros mismos, de poder o querer ampliar nuestras miras, de decidir con criterio propio. De esta forma el fan o seguidor, aquel que construye su vida alrededor de un conjunto de ideas prefabricadas con ladrillos aportados por otro/s, se reconforta sintiéndose seguro en su limitado y sencillo esquema mental preasumido. Sin embargo, en realidad está encerrado en su propia solida construcción, más allá de la cual se niega a salir.
Aquellos que han renunciado a pensar por sí mismos, aquellos que se han acogido sin más a los mandamientos y creencias impuestas por otros, los que creen que nada hay más allá de los limites autoimpuestos por su muro de prejuicios, se encierran ellos mismos en sus propias fortalezas mentales en las que se siente seguros e impiden todo intento de expugnación por parte de cualquier idea que pueda resquebrajar y derribar los muros de arenisca que les protegen de la angustia de pensar por sí mismos.
En aquellos demasiado débiles para pensar por sí mismos, y que por ello se acogen a los ideales prêt-à-porter del primer iluminado que encuentran, el cerebro (su cárcel), emplea para la defensa de sus “principios” (y finales), curiosos sistemas de protección que anulan la respuesta racional ante cualquier estimulo que se interponga en su perfectamente definido esquema o construcción mental de ideas. De esta forma, el cerebro bloquea cualquier respuesta lógica ante todo aquello que las ponga en peligro o cuestione. En esos casos, el cerebro reacciona simplemente acudiendo a los dogmas de fe, a los latiguillos y frases prefabricadas, que conforman las débiles vigas que sientan su construcción en cimientos de arena.
Cuanto más sienten amenazado su cerrado y limitado modelo de creencias, más radical es la respuesta. Cuanto más duro es el ataque a la fortaleza mental (que no intelectual), más altos y gruesos se van haciendo los muros que la defienden. Todo antes de perder la aparente y falsa seguridad que dan, y asumir el riesgo de tener que salir al exterior de su cerrazón y dejar vagar libre por los extensos campos de la razón a su mente, descubriendo el mundo más allá de lo que alcanza el horizonte desde su estático observatorio. Todo antes de sentir la angustia de reconocer que se ha vivido equivocado, de cuestionarse todas y cada una de las cosas que se daban por ciertas, que empezar a tener que construir un nuevo edificio, o simplemente asumir la dura posición de nómada intelectual, siempre a la búsqueda de los mejores pastos de ideas, con los que alimentar, hacer crecer y expandir, su mente.
Antes que todo ello, el ideologizado, creyente, fanático o sectario, dispone de una poderosa arma contra la que toda razón es baldía. Su sistema de dispensas mentales, que tan bien describió el filósofo francés François Revel, y que no me canso de recordar por la importancia que tiene a la hora de permitir o favorecer las conductas intransigentes en la sociedad.
La dispensa intelectual, que les permite retener sólo los hechos favorables a sus tesis e incluso inventarlos totalmente o negar omitir olvidar e impedir que sean conocidos.
La dispensa práctica, que les permite suprimir cualquier criterio de eficacia y elimina todo valor de refutación del fracaso.
La dispensa moral, que les permite soslayar toda noción del bien y el mal, permitiendo que el servicio o interés a la ideología sustituya cualquier concepto de moral.
La triple dispensa ideológica, un muro tan alto y grueso que es imposible de franquear o vulnerar. Un sistema perverso que justifica todo aquello que conviene, y rechaza cualquier cosa que incomode a su modelo idealizado de creencias. En tan pocas palabras se puede sintetizar y resumir las causas de la intolerancia, el odio, el extremismo y sobre todo del totalitarismo excluyente, capaz de justificar, amparar e incluso realizar, los más execrables crímenes contra otros por el simple hecho de no pensar como ellos.
No es casualidad que los totalitarismos y populismos históricamente se hayan gestado a la sombra de la corrupción moral y política de las sociedades decadentes. Las masas, cual manada, necesitan lideres, gobernantes fuertes que parezca que lesconducen a algún lado, aunque no perciban (o no quieran percibir) que pueda ser hacia el matadero del intelecto hasta que sea demasiado tarde. No es por tanto de extrañar el ascenso del extremismo populista, no sólo en España, sino en toda Europa. La forma es indiferente, al final izquierda y derecha se dan la mano en los extremos de la línea ideológica que se curva hasta forma un círculo vicioso.
Todo ello supone que las personas ideologizadas sean incapaces de asumir y anteponer la realidad de los hechos a sus doctrinas ideológicas. Eso hace que los políticos y economistas que actúan bajo fundamentos ideológicos, las más de las veces adopten medidas antieconómicas tan solo porque concuerdan con sus doctrinas ideológicas, sirven a su ensalzamiento o favorecen su poder o control político y social, cargando a la sociedad con los costes de dichas políticas, a la vez que sus ovejas están dispuestos a asumir y justificar esas políticas demagogas a pesar del coste que les pueda acarrear
Revel afirmaba que, “Los socialistas tienen una idea tan alta de su propia moralidad que casi se creería, al oírlos, que vuelven honrada a la corrupción cuando se entregan a ella.” Conviene tener en cuenta que Revel asociaba ideología con socialismo, en tanto en cuanto la asociaba con totalitarismo y populismo, cuando realmente cualquier ideología totalitaria y liberticida recae en los mismos vicios. Y es que no es lo mismo tener ideas que tener ideología.
Porque, si por algo se caracteriza el socialismo, es por su sectarismo y estricta doctrina. Es, a todos los efectos, una pura religión laica, en la que sus adeptos deben aceptar sin discutir sus preceptos y mandatos con la fe de creyente
El socialismo, como la religión, pretende ser una guía moral y un sistema de vida en sí mismo que debe ser aceptado, primero por sus creyentes, pero luego por toda la sociedad, ya que se fundamenta en dirigir la vida de los ciudadanos, eliminando todo atisbo de libertad individual en favor del interés común, el de la sociedad, y, en definitiva, el que decida el amado líder de turno.
Hoy el modelo tradicional ha sido sustituido por este populismo chabacano auspiciado por el pensamiento débil, que ha contaminado todo el espectro político tradicional, y que resulta tan atractivo para las alienadas masas buenistas e ignotas, ya despojadas de toda su capacidad de pensar por sí mismos y carente de toda inteligencia emocional. Victimas perfectas para la propaganda servida desde los medios de comunicación.
Una masa dirigida por psicópatas carentes de empatía y remordimientos, dispuesta a cualquier cosa, conscientes de que el sistema de dispensas de la ideología les salvaguarda de todo cuestionamiento por parte de los adeptos.
Este es el principal enemigo al que se enfrenta la economía y la sociedad, arrastrada a la miseria, de la mano de totalitarismo del pensamiento débil, y sus dispensas moral, intelectual y práctica, controlado por las élites que buscan el total control social, y que contamina todo el pensamiento político ortodoxo.
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9 comentarios. Dejar nuevo
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